Cuando un libro se acaba...

Cuando un libro se acaba deja en mí una sensación de vacío muy diferente a la que me queda cuando termino de ver una película.

La película, obviamente también nos hace pensar mientras la vemos y nos invita a la reflexión cuando se acaba. Pero la relación que establecemos con el libro es diferente. El libro, más allá de lo que contiene, nos permite relacionarnos con él de una manera objetual. Lo cargamos de un lado para el otro, nos permite movernos con él, lo llevamos a la cama o a la playa, nos acompaña en el metro o mientras esperamos ser atendidos en el dentista. Sin importar donde, al libro desde que lo comenzamos hasta que llegamos a su fin, le dedicamos unos minutos o unas horas cada día...

Cuando de pronto nos percatamos que se acerca el final, tratamos de administrar esas últimas páginas para que podamos tener más días con él, o bien lo devoramos con desespero para descubrir finalmente en qué acabara esa historia que nos ha atrapado durante días.

Además el libro nos permite desafiar nuestra imaginación, cuando lo leemos tenemos el derecho de construir sus paísajes, los rostros, las voces y hasta las miradas de sus personajes. En la película todo esta hecho y no nos queda más que aceptar la realidad tal como se nos presenta. Nada más decepcionante que ver una película basada en algún libro que hemos leído y ver que los protagónistas no se parecen en nada a los que recreamos en nuestra mente.

Hoy terminé El mundo de Sofia (1995), del autor noruego Jostein Gaarder. Este libro, en el que el autor nos cuenta la historia de la filosofía desde la antigüedad hasta nuestros días, lo compré una vez para mi padre, el libro era novedad y había llamado mi atención, sabía que luego que él lo leyera yo podría leerlo también y así lo intenté. Como muchos otros libros, lo comencé y nunca lo terminé, pues debo reconocer que tengo esa mala costumbre de tener diferentes libros a lado de mi cama y empezar varios a la vez de modo que no termino ninguno.

Al venir a Camerún hicé una pequeña selección de libros en español, pues sabía que iba a tener mucho tiempo para la lectura. Trajé conmigo El mundo de Sofía, lo tomé de la casa paterna junto con otros volúmenes que sabía que disfrutaría. Cuando lo empecé, noté que tenía un marcalibros en la página 43, lo abandoné casí al comienzo.

Esta vez lo leí entusiasmada, era divertido y emocionante releer de una forma sencilla todos los conceptos que aprendí en la universidad, ya que la historia nos habla del tema a través de un hombre llamado Alberto Knox, quien prepara un curso de filosofía para Sofía, una joven que recién cumple quince años. Sin embargo Sofía y Alberto, son a su vez personajes de ficción creados por Albert Knag, padre de Hilde, quien cumple también quince años, y que, ausente en una misión de las Naciones Unidas en el Líbano, escribe a su hija este libro donde pretende invitarla a reflexionar y asumir una postura crítica frente al mundo en que vivimos.

El libro me gustó mucho, porque además de que el tema me resulta de por sí interesante, me recordó a mi papá y todo lo que de él he aprendido, ya sea de él directamente, o bien porque me brindó la oportunidad de acercarme al mundo sin apatía.

Aún tengo conmigo esa sensación que me dejó y que estoy segura pasara poco a poco.