sábado, 22 de marzo de 2008

El hombre de Monte Carmelo

A unos 940 metros de altura sobre el nivel del mar, existe en Venezuela un pueblo llamado Monte Carmelo en los Andes Trujillanos.

Nos dice la historia, que Monte Carmelo se conoce como asiento de encomenderos de la Colonia Española ya en 1665. Su primer nombre fue San Jerónimo de Chapués, dado en 1675 por el Capitán Vazquez de Coronado, quien remonta las márgenes del río Pocó con el propósito de fundar una comunidad agrícola en estas tierras asignadas a los padres jesuitas.

Este poblado es atacado y saqueado en 1678 por el pirata francés Francisco Gramont de la Monte, quien se adueña del producto de los cultivos de cacao silvestre allí almacenados. Luego de devastadas, las tierras pasan de nuevo a mano de los jesuitas y el pueblo fue rebautizado como la Cartuja de Buena Vista, nombre que mantuvo por unos doscientos años, hasta que un padre de nombre Francisco Antonio Rosario, llevase consigo al pueblo un retablo con la Virgen del Carmen, que instaló en una capilla desde donde organizaba las misas. Fue así como los pobladores comenzaron a llamarla la Virgen del Carmelo o del Monte Carmelo, nombre con que fue reconocido el pueblo oficialmente en el año 1873, cuando fue promovido como parroquia civil.

El pueblito se mantuvo vivo y a finales del Siglo XIX y principios del Siglo XX comenzó a llegar a él una oleada de inmigración italiana procedente de la Isla de Elba, quienes conjuntamente con los criollos allí establecidos, se esmeraron por desarrollar actividades agrícolas y pecuarias.

Monte Carmelo fue un pueblo próspero, y en medio de esa prosperidad, nació un día como hoy, en 1933, mi padre. Un niño procedente de una familia acomodada que se dedicaba al comercio y a la siembra y producción del café.

De Monte Carmelo salió en mula para estudiar la escuela en San José de Mérida y también partió a Caracas para hacerse bachiller.

Sin hablar inglés, y con una beca otorgada por la Creole**, se trasladó a los Estados Unidos, donde obtuvo el diploma de Ingeniero Eléctrico en el Instituto Tecnológico de Massachusets y el de Ingeniero Mecánico en la Universidad de Stanford.

Es un hombre interesante y amante de su tierra, a quien le ha apasionado siempre el tema energético y todo lo relativo al transporte. Es un gran profesional, y sin importar su edad aun ejerce como profesor universitario y miembro activo de la Academia Nacional de la Ingeniería y el Hábitat. Es un tipo creativo y practico, muchas veces incomprendido.

Pero es también mi padre un gran hombre, no sólo desde el punto de vista profesional, en 1980, dadas ciertas circunstancias en la vida, decidió quedarse con sus cuatro hijos, que en aquel entonces tenían seis años la menor* y unos diez la mayor, desenvolviéndose muchas veces como padre y madre.

En su labor de padre fue a veces algo duro y autoritario, pero también comprensivo y dispuesto a apoyarnos y aconsejarnos cuando así lo requerimos. Muchas veces lo juzgué y le hice pasar momentos duros en señal de rebeldía, pero con el pasar del tiempo entendí su postura y juzgué mas bien la mía. El mio es un gran padre y estoy orgullosa de haber crecido con él.

Feliz Cumpleaños papá, eres la persona que más admiro en el mundo, pues es de ti de quien más he aprendido!

Te quiero...

* yo
** Creole Petroleum Corporation, que se instaló en Venezuela en 1925 durante el mandanto de Juan Vicente Goméz.

viernes, 21 de marzo de 2008

Sobre la Aceptación o Acepto luego Existo!

Hace unos días estuve revisando un blog amigo y en el encontré un post que hablaba sobre la aceptación como el mejor método para sobrellevar nuestras vidas. Si nos guiamos según este principio, debemos irremediablemente, pensar en aquellas palabras contenidas en la famosa "Oración de la Serenidad":

Dios concédeme la
Serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar...
Valor para cambiar aquellas que puedo y
Sabiduría para reconocer la diferencia...

Desde hace muchos años he escuchado estas palabras, las cuales bien pueden ser muy reconfortantes en determinados momentos, y que hoy, después de muchos días, me han invitado a sentarme a escribir.

Papá es y ha sido siempre un promotor de esta oración, la recuerdo desde los tiempos de mi niñez, pues dada mi personalidad volátil y explosiva, por la cual él muchas veces me tildó de "cascarrabias", la oración era recitada con el objetivo de hacerme reflexionar y finalmente hacerme alcanzar un momento conciliador ante la situación que me provocaba tanta ira o decepción. Era pues, esta plegaria, un elemento catártico fundamental durante mis experiencias difíciles en aquellos días previos a la adolescencia y la adolescencia misma.

En casa, esa que siempre recuerdo como mía sin importar donde esté y que tan vieja me ponga, teníamos una pizarra imantada instalada en el corredor que daba a las habitaciones. La misma, era a su vez, una herramienta esencial de la comunicación en nuestro hogar, pues en su superficie, padre e hijos intercambiábamos información en un recinto en el que algunas veces no nos veíamos las caras. Siendo muchas veces una tarea titánica encontrar un espacio en blanco para dejar un nuevo mensaje, y una experiencia delirante, cuando se tomaba la decisión, la de borrar todo lo escrito para comenzar de nuevo a invadir su blancura mediante la escritura.

La pizarra, sin importar el paso del tiempo, aun está allí, y en ella hay también una versión en ingles de la famosa oración. Recordándonos cada día que somos invencibles y que no hay nada que no podamos superar, bien sea mediante el cambio o la aceptación.

Lo cierto es que las cosas que no podemos cambiar son aquellas que no dependen de nosotros mismos, son aspectos que obedecen a otra persona, y que para ser transformados requieren de la voluntad de esta, o bien, de los hechos conjuntos de una comunidad entera, y estos, imagino, son los actos a los que el popular rezo se refiere.

Todo esto suena viable en teoría, pero muchas veces la aceptación me hace pensar en el conformismo. Como esto es lo que hay y yo no puedo cambiarlo (me refiero a una realidad cualquiera que nos perturbe), decido entonces pensar que es mejor que nada, o bien que se puede estar peor. Al fin y al cabo no depende de mi, y si eso me afecta por un lado, por el otro, decido entonces cometer otra serie de acciones que me hagan sentir mejor y que suplanten de alguna manera las sensaciones de cólera, rabia, frustración o desencanto que otros hechos intransformables generan en mi.

No es que aceptar sea del todo descabellado, reconozco que muchas veces es un hecho amable y bondadoso, el problema está, creo yo, cuando la vida se convierte en un eterno escape de aquello que nos molesta, y lo aceptamos porque no tenemos la capacidad de modificarlo, sustituyendolo con otras realidades, que si bien pueden ser muy positivas para nuestras vidas, no hacen que aquello que nos afecta deje de existir.

Es así cuando la aceptación se convierte en un hecho peligroso, o por llamarla de alguna manera, en un arma de doble filo.