viernes, 29 de junio de 2007

McDonalds, un agente de la era global

¿Quién no ha comido en McDonalds alguna vez? ¿Quién no se sintió fascinado por aquellos juguetitos de su famosa cajita, o tuvo que llevar a comer a algún niño obsesionado con estos? ¿A quién no le ha apetecido un heladito o un pie de manzana? Yo lo reconozco abiertamente, aúnque hoy en día me niegue a comer en una de estas casas, que más de una vez fui víctima de sus adictivas comidas basura.

Recuerdo que lo primero que comí en Barcelona (España) en el año 2002, en una desorientada búsqueda de apartamento al día siguiente de mi llegada, fue un combo Big Mac. Me sentía mal, no tenía idea de dónde, ni cómo empezar mi investigación inmobiliaria, me entró el hambre, y lo primero que me vino a la mente fue caminar rumbo a un McDonalds que habia visto en mi desordenado divagar, pues, no sé si lamentable o no, McDonalds tiene la particularidad de hacernos sentir como en casa, ya que aún con algunas variaciones de país en país, ofrece el mismo menú en todas partes del mundo.

Como decía Vincent Vega, encarnado por John Travolta en aquel famoso diálogo de Pulp Fiction, en Francia el Big Mac es la misma cosa pero con ese toque glamouroso del francés es llamado Le Big Mac; y en Amsterdam, según el personaje, el Cuarto de Libra con Queso, es llamado Royal with Cheese por aquello del sistema métrico. En Venezuela tampoco utilizamos la libra, pero le dejamos el mismo nombre tal vez porque somos un poco más alienados!

Lo cierto es que así vayas a pagar en euros, doláres, chelines o bolívares, puedes sentarte a saborear la misma hamburguesa con identicas papas fritas en Dinamarca, la India o el Perú.

Al venir aquí, quería tener una idea de cuánto sería aproximadamente el costo de la vida y recordé que alguien una vez me dijo que la manera más fácil de calcularlo era averiguando cuánto costaba una comida en McDonalds. Entonces pensé: ¿Será que podría haber un McDonalds en una ciudad como Douala? ¿Será que hay McDonalds en África? Y debo admitir, lo cual si es lamentable, que el McDonalds es algo tan común e invasivo, que tristemente, muchas veces se mide el nivel de progreso de un país, por el hecho de que en él, exista o no un McDonalds.

El primer McDonalds que abrió en el mundo fue en los Estados Unidos en 1940, y a partir de entonces comenzó su rápida intrusión en las demás sociedades del mundo. En Wikipedia, podemos encontrar información muy interesante al respecto, ya que nos da a conocer una lista entera de los países en donde hay McDonalds y el año en que abrió la primera tienda de la cadena en los mismos. El primer país latinoamericano en tener uno, según esta lista, fue Costa Rica en 1970, luego Panamá al año siguiente y se lleva el tercer lugar El Salvador en 1972. En Europa, Alemania abre el primero en 1971, Francia en el 72 y Suecia en el 73.


McDonalds en el mundo

En Venezuela tuvimos el primero en 1985. Como no recordarlo, el famoso McDonalds del Rosal, todo un aconteciemiento a mis once años en aquella Venezuela de los años 80. Luego vinieron los de Sabana Grande y La Castellana, y a partir de allí se multiplicó desenfrenado, habiendo en la actualidad, según la página oficial de la empresa en el país, un total de 51 restaurantes sólo en la Gran Caracas. Hoy, hay McDonalds a lo largo y ancho del territorio nacional, y no creo que ésto sea un factor para medir la vanguardia en nuestro país.

También es cierto que cada vez hay más niños que lo único que quieren comer son las ya nombradas cajitas felices, y más de una vez he tenido que encarar una pataleta histérica de alguna sobrina que se escucha así: “Titi, Titi lleváme a McDonalds, no comeré otra cosa!!!”. O el caso sorprendente de otra sobrina todavía más joven, que cuando apenas hablabla, veía el famoso logo de la meca de la comida basura y decía: “papa, papa”.

Aquí en Camerún, hay muchísima gente que extraña McDonalds, y cuando van a salir a la “civilización” dicen aliviados: “Lo primero que haré será comer en McDonalds”, o cuando uno llega de cualquier viaje preguntan: “¿Comiste en McDonalds?”.

Afortunadamente, McDonalds para mí forma parte del pasado, y porque no reconocerlo, un pasado feliz y sabroso, pero también gordo y con malos hábitos alimenticios. Dejé de comerlo hace mucho, precisamente en España, cuando me di cuenta,entre otras cosas, que por el mismo precio podía comerme un delicioso bocadillo de jamón o queso manchego, que también engorda, pero al menos es más sano y artesanal.

Cuando he viajado desde que vivo aquí, dos veces para ser más exacta, he pasado a un lado de estos recintos y no me invitan a pasar, prefiero comer otras cosas que aquí no consigo, pero la verdad no siento la necesidad de ser un huesped en la casa del payaso.

En Escocia, donde pasé las navidades, cuando me vi obligada a comer rapidamente, opté por los “Fish and Chips”, que igual es fritura, pero al menos es realmente pescado y papas de verdad verdad. Además, en muchos de estos restaurantes, aún puedes tener el placer de ser atendido, a las patadas y rapidamente, en la mesa. En Alemania, donde fui en abril a visitar a mi hermano y a trámitar un nuevo pasaporte venezolano, preferí comer “Donner Kebab” o sentarme a comer un menú de algún restaurancito típico.

En África sólo hay McDonalds en Egipto, Marruecos y Suráfrica. El resto de los países no ha experimentado aún la invasión de la cultura chatarra. Sin embargo, en la vía a Limbe, saliendo ya de Douala, al otro lado del puente sobre el Wouri en los lados de Bonaberi, pudé notar la presencia del palacio de la papa frita. Todo un simbolismo encerrado en ese pequeño tarantín. ¿Cómo es posible que Camerún no aparezca en la lista de Wikipedia? Douala es tan cosmopolita como lo son París, Madrid, Ciudad de México y Kuala Lumpur...

Chez Mac-Donald en Bonaberi

martes, 26 de junio de 2007

πολυγαμία


La poligamia es permitida en Camerún, bien sea por las creencias religiosas de quienes la practican, ya que el Islam es la segunda religión del país luego del cristianismo; o bien porque las costumbres tradicionales así lo permiten, y aún siendo cristiano se pueden tener, abiertamente, varias mujeres.

Las Naciones Unidas se ha esforzado por lograr un acuerdo para abolir esta práctica, dado que la misma conlleva a muchos maltratos hacia la mujer, no solamente físicos, sino también de carácter moral y social. De igual modo, la poligamia es un factor que contribuye con la propagación de enfermedades de trasmisión sexual, principalmente el SIDA, que alcanza cifras alarmantes entre la población local.

Poco a poco, se ha ido tomando conciencia acerca de la problemática que encierra en la sociedad el hecho de convivir en poligamia, pero pese a los esfuerzos de diversos organismos por invalidar esta costumbre, la misma está muy arraigada en la cultura, y por tanto, vista por muchos con normalidad.

Una vez conversando con Ernest, quien no es musulmán y trabaja como chofer privado aquí en Douala, me contó que tenía en total treintaycuatro hermanos, ya que su papá, un hombre que hoy cuenta con noventaytres años de edad, alcanzó tener unas once esposas; teniendo el hijo mayor sesentaycuatro años y la menor catorce.

En este tipo de familias, la custodia por los hermanos menores es obligada, así que como el padre ya está viejo, los hermanos mayores deben ocuparse de algunos de sus hermanos pequeños. En el caso de Ernest, además de ocuparse de sus tres hijos y esposa, debe hacerse cargo también economicamentede su hermana menor. En sus propias palabras “la poligamia es lo peor que existe”, ya que al haber nacido en una familia con tantos hermanos, cada quien tuvo que pelear para labrarse su destino. Desde su perspectiva, aún cuando esta fue su realidad, no es un hecho que debería ser socialmente aceptado.

Otra persona que me ha hablado del tema es Salifou, quien si es musulmán. Salifou es por el momento monógamo. Él me ha contado historias muy divertidas sobre su matrimonio con Aishah, quien es muy correcta con la religión.

Salifou es artista, y como tal tiene una personalidad algo volátil, le gusta, aún cuando su religión no se lo permite, tomarse su cervecita o su Cola Adji -que es como le llaman a la coca cola aliñada a escondidas-, es fumador y se le olvida a menudo hacer sus oraciones. Frente a estas conductas, Aishah, quien si sigue al pie de la letra lo que manda su credo, lo regaña, le pone malas caras y le recuerda que tiene que cumplir sus rezos.

Al indagar sobre el tema de la poligamia con Salifou, él me contó sobre sus deseos de tener otra esposa, principalmente porque anhelaba tener muchos hijos. Yo le dije que estaba loco, pues para mí, tener una segunda esposa en su situación, era tener los mismos problemas que tiene actualmente multiplicados por dos, pero él muy astutamente me contestó, que la segunda mujer que se buscaría sería diferente: fumaría y tomaría con él. Me quedé pensando en la pobre Aishah, quien tendría más razones para molestarse.

De esa conversación, intuí, que es bastante probable que en una familia poligama, el hombre sienta preferencias por alguna de sus esposas, y las otras, además de verse afectadas emocionalmente, podrán no contar con los mismos beneficios que las preferidas. Sin embargo, viendo un documental en la televisión, escuché testimonios de algunas mujeres que dijeron sentirse muy cómodas al vivir en una familia poligama, compartiendo el hombre y las responsabilidades con otras mujeres.

Como en todo, habría que ponerse en los zapatos del otro para ser objetivos, y aún así, siempre podriamos tener dos visiones, una buena y otra mala. La cultura tiene tradiciones muy enraizadas, pero el mundo se hace cada vez más pequeño y tiende a hacerse cada vez más homogéneo; la gente joven va cambiando con él, y se van desdeñando aquellas prácticas que son “políticamente incorrectas” desde una postura occidental.

De cualquier modo, los dos testimonios que he recogido sobre el tema son masculinos, ojalá tenga oportunidad de conversarlo algún día con una mujer. Siempre he pensado que no somos dioses para juzgar lo bueno y lo malo, pero desde mi óptica personal la poligamia, legítima o ilegitima, no es positiva. Quizás yo me incliné más hacia una conducta posesiva, pero eso de andar compartiendo al marido, no me resulta del todo encantador.

lunes, 25 de junio de 2007

La Herencia

Una de esas cosas de vivir fuera del país, es que llegamos a desarrollar vínculos muy facilmente con las personas que conectamos, y en corto tiempo nos damos la oportunidad de crear bonitas amistades.

De mi estadía en España conservo entre muchos recuerdos, dos amigas muy especiales, a quienes yo nombro como "mis tesoros mexicanos", con quienes después de tres años que dejamos la madre patria, aún mantengo contacto, y con quienes además de tener el nexo de ser latinoamericanas, comparto intereses personales y laborales.

Pero he llegado también a entablar relaciones con personas que quizás en Caracas nunca hubiesen llegado a ser tan buenos amigos, tal vez por la edad, por los intéreses personales y profesionales... o por cualquier otra excusa.

Aquí en Camerún me he vuelto más abierta y tolerante, he aprendido que para tener un amigo no necesito que ese amigo sea una fotocopia de mis gustos e intéreses, y por haberme hecho consciente de ésto, hoy tengo la suerte de verme en medio de un grupo de amigos muy variopinto, que pese a nuestras diferencias, simplemente disfrutamos el hecho de reunirnos y compartir, lo que tenemos y no en común!

Entre esas amistades que se encuentra uno en la vida del caminante, tuve la suerte de conocer a Christian (Francés) y Mariela (Peruana). Unos señores espectaculares, quienes dejaron Douala para posiblemente disfrutar de su retiro en el país francés.

Aunque ellos pasaron aquí cuatro años y eran ya una leyenda entre mi grupo de amigos, yo tuve la oportunidad de compartir con ellos estos diez meses. Lo cierto es que dejaron en mi ese grato recuerdo que dejan los buenos amigos cuando se van.

Además de esa sensación, heredé de Mariela una cantidad de cosas que incluyen enseres tan
variados como un plato para comida de gato, ganchos de ropa, una toalla para el gimnasio, un mantel, unas máscaras artesanales, un libro de 1001 Sudoku resuelto a lápiz y pare usted de contar.

Le dedico este post a mis máscaras, y es que desde que vivo aquí no había comprando ni una, la verdad es que me parecen muy interesantes, pero sabiendo que iba a estar aquí un tiempo más no había realizado esa la inversión, mientras que si había comprado algunas telas y tapices.

Ayer, como típico domingo casero en la noche -creo que los domingos son iguales en todas partes del mundo- me pusé a buscar lugar para mis nuevas adquisiones, terminé remodelando todo!!! Abrí como mil huecos en la pared y no me gustaba como quedaban en ninguna parte. Hice ruido, clavé, guindé, tapé los huecos y finalmente decidí ponerlas en un mueble sobre una de mis telas, y junto a unos portavelas de madera que son también de aquí.

Me encantan mis máscaras, la que más me gusta es la más oscura, que representa una mujer, se le pueden ver los zarcillos y el peinado pomposo. Lo más cómico, el escosés le tiene miedo! Así que eso influyó también en el drama de la instalación.

Tengo también otras dos máscaras en madera de ébano que son largas y pesadas, y otras dos pequeñitas que provienen de Cabo Verde.

Sin querer, ahora tengo una pequeña colección de máscaras! Ya veré si la hago un poco más grande o la dejo de este tamaño, ya que le tengo puesto el ojo a unos muñecos en madera que van de pie. Lo cierto es que siempre me imagino un rincón africano cuando finalmente me instalé en algún lugar del mundo en la casa de mis sueños!!!

sábado, 23 de junio de 2007

Camerún: Mis primeras impresiones (II Parte)


Describir mi llegada al Aeropuerto Internacional de Douala no es tarea sencilla, pues para ese momento estaba realmente cansada.

Lo cierto es que cuando el piloto anunció que en breve aterrizaríamos y el avión se acercaba a su destino, no se veía nada más que una espesa capa de nubes; y al atravesarlas, logré ver selva y un extensísimo río, para finalmente sentir las ruedas tocar el asfalto de la pista.

Mi primera impresión fue perfectamente descrita a través de las palabras de mi compañero, quien me dijo: “Bueno, aparentemente esto no es Maiquetía”, yo lo miré y le sonreí, pero en lo más profundo de mi corazón, les confieso que sentí una insondable tristeza, o más bien una gran sensación de ansiedad, que me hacia pensar, que de aquel momento en adelante, todo lo que recordaría de mi país sería positivo, pues a partir de entonces, iba realmente a saber cuál era la diferencia entre un país subdesarrollado y otro en vías de desarrollo. Perteneciendo nuestra patria a la segunda categoría.

Y es que desde que era una niña, ya en la escuela primaria, había venido escuchando que Venezuela no es un país subdesarrollado; por el contrario, desde que tengo uso de razón, el país ha estado sumergido en un constante estado de metamorfosis hacia el desarrollo.

Con treinta y dos años de edad, nunca había podido entender por qué había crecido escuchando eso, y por qué nunca alcanzábamos aquel desarrollo que tanto esperamos. Sin embargo, debo revelarles, que hasta el momento había creído que Venezuela era un lugar realmente subdesarrollado, y pensaba, que el haber crecido escuchando esa sentencia, no era más que una de esas patrañas utilizadas normalmente para mantener al pueblo en esa constante condición de conformismo que nos caracteriza.

Pero no, con tan sólo unos días en Camerún, pareciera que logré entender la diferencia entre el subdesarrollo y el camino hacia el desarrollo, la cual estoy segura que comprenderé cada día mejor, pero es que si pensaba que las calles y autopistas en Venezuela eran malas, era porque no había estado en África, si creía que nuestro transporte público era vergonzoso e ineficaz, era porque no había vivido en una ciudad como Douala; y como estos podría darles uno y otro ejemplo.

También comprendí que gran parte de mi incomprensión en cuanto al desarrollo o no de un país, se debía al hecho de que, previo a Camerún, todas las veces que había salido de Venezuela, había sido para visitar países del llamado primer mundo: Alemania, Inglaterra, España, Estados Unidos, Francia e Italia, todas estas naciones, que aún con sus problemas, ofrecen a sus habitantes una mayor calidad de vida que la que tenemos la mayoría de los venezolanos en nuestro terruño, pero que con todo lo mala que puediera llegar a ser, es sin duda superior a la que he tenido oportunidad de ver por aquí.

Al descender del avión - olvídense de gusanos o autobuses que te llevan a la edificación del aeropuerto, lo primero que vi al bajar fueron mujeres con esplendido atuendo africano que aguardaban a algunas de las personas que bajaban de la aeronave. Nadie esperaba por nosotros, así que como comúnmente se hace en cualquier aeropuerto del mundo, seguimos el mismo rumbo que emprendía la mayoría hacia el interior del edificio.

Una vez adentro, llenamos la tarjeta de inmigración -en la que me vi forzada a escribir por primera vez ama de casa - y nos situamos en la cola de inmigración, a la vez que nos preguntábamos cual sería el siguiente paso ya que no teníamos ningún tipo de visado para ingresar al país.

Tras unos minutos de nuestra llegada, una mujer blanca acompañada por un local, pregunto por nosotros, aliviados nos identificamos, la saludamos y nos mantuvimos en nuestro lugar. Al llegar nuestro turno, mostramos los pasaportes y la mujer de la taquilla nos dijo malhumorada que no teníamos visa para entrar a Camerún, de modo que el hombre que había venido a buscarnos, y que estaba allí para eso, le dijo que nos llevaría a su oficina para tramitarla.

Recorrimos algunos recovecos, húmedos y solitarios, con esa estética propia de lo abandonado, y finalmente llegamos a un cubículo apartado y oscuro, en el que esperamos junto a otras personas que supongo se hallaban realizando el mismo trámite.

El hombre, quien era un comisario de la policía, luego de llevar un dinerillo por los servicios prestados a otra oficina en donde laboraban otros funcionarios, estampó en nuestro pasaporte un visado con duración de treinta días.

Pasamos nuevamente por inmigración y mostramos el visado. Al salir de ese sector, llegamos al carrusel de las maletas, que por supuesto no funcionaba y que no albergaba maleta alguna. Todas se hallaban apiladas en diferentes montones, en distintas zonas del salón, los cuales tuvimos que inspeccionar de uno en uno para ubicar nuestro equipaje, tarea para nada sencilla, si tomamos en cuenta que generalmente todas las maletas tienen la misma forma y son por costumbre negras.

Encontramos todos nuestros bultos: cuatro maletas, obviamente negras, que tras una larga investigación en Venezuela, no pagaron exceso de equipaje, debido a que con la línea aérea francesa, se da el caso particular de que en vuelos hacia y desde algunas ciudades africanas incluyendo Douala, el pasajero tiene derecho a trasportar dos maletas de veintitrés kilos cada una a diferencia de lo que conmúnmente se puede transportar en vuelos que van de Latinoamérica hacia Europa. Confirmar esa información fue también una tarea difícil, ya que no era del conocimiento de la agencia de viajes que emitió el boleto, ni de los agentes de atención al cliente que atienden en la línea caliente de Air France, pero como yo me dedicó a la investigación, llevé todos los soportes que había encontrado en Internet sobre el asunto y lo confirmé directamente en la oficina de esta aerolínea.

Armados con nuestras maletas, mostramos las etiquetas correspondientes y finalmente tres hombres vestidos de verde e identificados como cargadores nos llevaron el equipaje hasta el carro, un viejo Toyota Starlet color rojo. Vale la pena comentar, que la gente aquí es en extremo fuerte y llevan carga en sus cabezas con una increíble destreza, podiendo cargar un bulto sumamente pesado como si se tratase de un saco de algodón.

Mientras discutían sobre cuál era la mejor forma de meter todo eso en el vehículo, calculando que debían viajar en él tres pasajeros, varios niños se nos acercaban para pedir monedas, mientras escuchaba por primera vez uno de los calificativos que mejor me describen en estos lados: “la blanche”, ya que, inevitablemente, aquí eso es lo que soy para la mayoría: una blanca viviendo en su país, lo que de paso tiene muchas connotaciones, siendo la principal: blanco igual dinero.

En la vía, a lo que hoy es ya mi casa, pregunté inocentemente si contábamos con un ascensor para subir todo aquello, puesto que estamos ubicados en un segundo piso. La respuesta fue una gran carcajada, acompañada de una negativa. Los guardias de seguridad, dos muchachos de Douala, subirían las maletas hasta el apartamento, montándolas en sus cabezas como si fueran bultos de paja.

Al llegar vi el lugar rápidamente, aproveché para ir al baño, bajamos de nuevo y nos fuimos a Le Paradise, un bar que parece el típico pub en cualquier lugar del mundo y es como si entrases a otra dimensión, en donde tuve la oportunidad de conocer a los primeros ejemplares de la fauna “expat" y de probar mi primera cerveza camerunes.

Luego del bar llenamos el saco con comida tradicional, regresamos a casa, pude darme una ducha y secarme con una camiseta, ya que no había toallas en ningún rincón de la casa y las nuestras habían sido enviadas con la mudanza, recibimos a tres guardias de una empresa privada que llegaron luego de que presionaramos un botón de pánico en la habitación que no sabiamos lo qué era; y finalmente pude irme a dormir, mientras me preguntaba qué me deparaba el destino después de mi largo y casi infinito traslado.

Luego de tanto trajín, había llegado. Me tocaba entonces descubrir, aprender, llorar, sonreir, deslumbrarme, quejarme, adaptarme.

“Wellcome to Africa madame” me dijo el funcionario de la oficina de identificación que tomó las huellas dactilares de mis dos manos para tramitar mi permiso de residencia, a la vez que me indicaba, con un gesto, que podía lavarme las manos en uno de los baldes que recogían la lluvia que se colaba por una de las tantas goteras de la oficina pública.

martes, 19 de junio de 2007

Camerún: mis primeras impresiones (I Parte)

DOUALA, UNA INTRODUCCIÓN A LA CIUDAD AFRICANA

Las crónicas que ahora comienzo a escribir, no son precisamente marcianas - como aquellas que relataba Boris Izaguirre en un programa nocturno de la televisión española - son cameruneses; pero bien pudiesen ser vistas como de otro planeta, al ser concebidas desde la óptica de una mujer, proveniente de aquello que nuestro presidente calificó como la oligarquía caraqueña: alguien con la oportunidad de asistir a un colegio privado en Caracas, realizar una carrera en la Universidad Central de Venezuela, en la misma ciudad, y cursar una maestría en los predios de la madre patria; cuya vida entera en la capital, transcurrió entre dos hermosas urbanizaciones habitadas por la clase media: La Florida - ahora no tan agraciada como en los tiempos de mi niñez - y Los Palos Grandes, enmarcada en aquel municipio que festeja ser un territorio seguro.

Sentada frente a mi portátil, me encuentro en los confines del África Central, específicamente en Douala, Camerún; una ciudad mejor conocida como el sobaco de África, supuestamente por su ubicación geográfica dentro del continente. La ciudad cuenta con una población de alrededor dos millones de habitantes y colinda con el océano atlántico, ubicada justamente frente a Brasil si saltamos el charco.

Previo a mi llegada, entre las pocas expectativas que me hice del lugar, estaba el hecho de escribir sobre mi experiencia en este trozo del mundo; y es por ello, que he decidido escribir y narrar mis impresiones desde el principio de mi aventura africana, con tan sólo unas pocas noches en el lugar, y tras un larguísimo viaje que comenzó con la ida al aeropuerto de Maiquetía hacia el sublime aeropuerto Charles de Gaulle en Paris; y de allí al Aeropuerto Internacional de Douala, que describiré más adelante.

En total, con colas, retrasos y esperas, podría decirse que fueron alrededor de veinticuatro largas horas de viaje para llegar de la capital venezolana, a la ciudad comercial más importante de Camerún.

Venir al África, significaba para mí un gran acontecimiento, la verdad no tenía grandes perspectivas, ya que al igual que para la mayoría de los venezolanos, este lado del planeta era totalmente desconocido para mí; y África no representaba más que una gran masa homogénea preparada con la misma harina y carente de matices; tal como imagino, nos ven la mayoría de los europeos a nosotros los latinos: Colombia, Ecuador, Costa Rica, México, que más da, son todos países “suramericanos”, pues generalmente etiquetan al país Azteca como uno del sur y ni siquiera se detienen a pensar, que éste, aunque latinoamericano, pertenece a Norteamérica.

Para nosotros, habitualmente es igual: Nigeria, el Congo, Chat, Mozambique, y todo lo que esté por aquí cerca, es simplemente África - un continente más pobre y más subdesarrollado que el nuestro - que vemos con ojos repletos de prejuicios y preconceptos: un sitio peor que nuestros propios países, repleto de hambrunas y enfermedades.

Esa era, y es todavía, mi imagen de estas latitudes, que espero cambie con el transcurrir del tiempo y tras mi estadía de dos años en este país.

Seguramente, a estas alturas, se preguntaran como viné yo a parar aquí. Pues la respuesta es sencilla, como la mayoría de las mujeres blancas que aquí habitan, vine siguiendo al amor: un hombre escoses que trabaja para una organización británica, que estuvo en Caracas por cuatro años y fue transferido a Camerún. De modo que, básicamente, he venido a ser lo que aquí se entiende como la esposa de un “expat” o expatriado.

Al no existir una embajada de Camerún en Venezuela, nos vimos obligados a llegar a nuestro destino sin ningún tipo de visado. Lo que si traíamos con nosotros, era un certificado de vacunación contra la fiebre amarilla, indispensable para ingresar al país, el cual puede ser adquirido en Caracas de manera oficial, siempre y cuando se demuestre, con boleto en mano, que se va a viajar a un destino que así lo requiera. Aunque todavía mantengo la impresión, luego de mostrar mis recaudos, de que quienes allí me atendieron, no tienen la mas mínima idea de cuáles son en realidad estos países, pues me preguntaron: “Camerún mami, ¿Adónde queda eso? eso es por allá por Asia ¿no?”.

Venía yo entonces, a un sitio que para muchos no representaba nada, para otros un lugar en el que se juega buen fútbol, pues alguna vez Camerún participó en una copa del mundo; pero mis conocimientos no eran tampoco extensos, así que, previo a mi viaje, dediqué muchas horas a Internet con la intención de recopilar información, y la verdad, que aunque algo encontré, los datos eran por lo general escasos, en gran parte supongo, debido a que las tecnologías de la información y la comunicación no son aún muy comúnes por estas latitudes, y quizás también porque mi búsqueda se limitaba a páginas con información en inglés o en español, y aunque Camerún es oficialmente bilingüe, la lengua de esta zona del país es el francés.

También estuve haciendo varias diligencias: vacúnas, médicos, dentista, algunas compras, la mudanza, etc., a la vez que le explicaba, a cuanto fisgón me preguntaba, qué venia a hacer yo para este lado del mundo.

Las impresiones con respecto a ésto eran muy variadas, para muchos, se trataba de una enorme experiencia, un traslado realmente exótico y no muy asequible para la mayoría; para otros, un destino que invitaba a poner la mayor expresión de asco posible en el rostro, o a clamar frases como la siguiente: “Ahh Camerún, mudarse de aquí para allá debe ser como estudiar medicina y cambiarse a veterinaria”.

Así fue que finalmente el cambio de carrera ocurrió, y me hallo ahora en una ciudad que parece un gran pueblo rural y caotico, sin las caracerísticas típicas que hacen de una ciudad una gran ciudad. Estoy viviendo en el distrito de Bonapriso – uno de los más elegante de esta metrópoli - que cuenta con algunas calles asfaltadas y otras de tierra, con algunos edificios recubiertos en cerámica - por lo húmedo del clima -, algunas casas con piscina, vigilancia privada y televisión satelital, y otras totalmente construídas con laminas de zinc sobre piso de tierra; y además, en plena temporada de lluvia, lo que realmente significa un período de agua, puesto que no ha parado de llover desde mi llegada y el cielo está completamente gris, colmado de nubes, sin nada que envidiar a su ecuánime londinense.

... continuará...


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Público en dos partes este texto que escribí durante mis pimeros días en Camerún. No había hecho nada con él, más que tenerlo ocupando espacio en la memoria del computador. Ahora que me animé a abrir el blog, lo posteo para que al menos sea leído, ya que el espacio sigue ocupado! :-)

lunes, 18 de junio de 2007

Sobre los repelentes de insectos…


Tengo una gran duda sobre estos productos, cuya supuesta misión, es mantener alejados o repeler –tal como su nombre lo indica- los desagradables mosquitos o zancúdos, que además suelen transmitir ciertas enfermedades como el dengue -tan común en nuestras fronteras- o el paludismo o malaria en todo el continente africano.

Y es que por mucho repelente que me unte, no hay manera alguna de mantenerlos alejados, pareciera más bien que estos productos están fabricados con el efecto contrario, mientras más uno se echa, más te pican los mosquitos y uno se echa más y así la historia se convierte en un círculo vicioso.

El otro día tuvimos una parrillita en casa de unos amigos en la noche, que es la hora en que pica el mosquito que transmite la malaria, ya que los que te pican de día son supuestamente inofensivos, así que yo me pusé cualquier cantidad de repelente... por supuesto, la más paranoica, y claro está, a quién le picaron las alimañas... a micaela, está que está aquí, la misma que calza y viste.


En serio, no son exageraciones, tuve veinte picadas en un pie, y diez y ocho en el otro, y para rematar, resulta que sea lo que sea que me picó, pues al respecto existen varias teorías -unas dicen que se trata de arañas, otras de una mosca que es un mosquito, pero no es el zancúdo de la malaria, otras el auténtico mosquito anofeles- me da una alergía del más allá y las picadas se inflaman y se ponen coloradas, y los pies como un par de ladrillos. En este caso utilicé OFF venezolano y dije: "ahh bueno será que los zancúdos de aquí son resistentes a este producto", y ni modo, tuve que tomar antialérgico, ponerme en esas picadas, hielo, limón, vinagre y cuanto menjurje casero me recomendaron y pasarla con picazón y un poquito de dolor por unos cuatro días.

El sábado tuvimos una comida organizada por unos amigos que dejan Camerún, y yo de desubicada pensaba que era en su departamento, cuando llegamos allí, el guardia nos dice que ellos habían salido. Yo extrañada la llamo y me dice que ya están allí, pero al fondo, y yo digo “dónde” y ella responde "en Les Mangroves", y yo ahh caracha! Nada más y nada menos que un sitio al aire libre y en la orilla del río!!! Ya vamos para allá. Pero por supuesto, yo tenía mi faldita con unas sandalias, y por ende las piernas bien peladas y expuestas a las picaduras, pero es que yo pensaba que estaría protegida en el interior de una casa, pero no, estuve a la interperie, a la orilla de un río en zona pantanosa.


Llegué como loca, preguntándo a Raimundo quien tenía repelente, y está vez me dieron uno de manufactura francesa, que se aplica como un desodorante en barra y olía maravilloso. Resultado: picada por las alimañas, no tan fuerte como en la primera ocasión, pero con picadas abombadas, rojas y dolorosas. Unas marcas más para las comúnmente conocidas como "batatas" o pantorrillas.

A casí un año en este país, que es cuando a uno se le va quitando la paranoia de la malaria, esa en la que uno piensa: “yo no salgo de noche a ninguna parte”, aún no me ha dado esta enfermedad y espero no llegar a tenerla. Si me da, ni modo, es parte de la experiencia de vivir en África, pero es que uno le huye a lo que no conoce y si se puede evitar, pues mejor. Yo que me burlaba tanto de mi escosés cuando en Caracas él echaba baygon en el cuarto justo antes de ir a domir y que por el dengue... y ahora yo si veo un zancudo volando en la habitación, le digo: “noooo! we have to spray”, rociamos todas las esquinas con aproximadamente medio pote de insecticida, salimos por veinte minutos y luego volvemos a dormir.

... adios coroto!

sábado, 16 de junio de 2007

Limbe & Kribi

En Camerún hay dos sitios de playa para ir a pasar un día lejos del caos de Douala: Limbe, al noreste, a tan sólo una hora diez minutos; y Kribi, al sur, a unas dos horas y media.

Limbe queda en lo que fue en su tiempo colonia británica, es una pequeña “ciudad” que luce limpia y organizada en comparación con Douala. Su playa es bastante peculiar, ya que se encuentra en una zona volcánica muy cerca del Monte Camerún -uno de los volcanes más altos de Áfricá- y por ello la arena es completamente negra. A mí me resultó muy exótica en mi primera visita, ya que nunca había visto una playa parecida. El agua es limpia, pero como la arenilla es tan fina y las olas más o menos fuertes, es imposible verse los pies, porque hay millones de particulas flotando.

En esa costa hay varias playas diferentes, pero casí siempre vamos a Etisah Beach o Mile 8. Allí no hay nada realmente especial, más que unas pequeñas chozas con mesas y un restaurant administrado por cameruneses, al que tienes que llegar muy temprano para agarrar mesa, o en su defecto, llamar para reservar, lo cual no es cien por ciento recomendable, porque debido a la desorganización propia de la cultura local, quien te atiende normalmente no dice nada al que te recibe, y cuando llegas es como si no hubieses llamado.

Allí sirven la típica comida de playa... pero al estilo camerunés... aquí los pescados y la mayorí de comida típica que se puede comer en pequeños locales o en la calle, es a la parrilla. Lo que se come normalmente son brochetas de pescado, carne o pollo, y pescado o camarones acompañados de platáno y papas fritas... Un día de playa en Etisah transcurre como en cualquier lado, pero nunca como en Venezuela, ya que la onda es más europea... uno se sienta en la mesa, se toma algo antes de comer, luego traen la comida, que se pide al llegar, porque sino se acaba y te quedas sin comer, un rato en el agua y de vuelta a la ciudad. En Limbe casi siempre está nublado, así que uno nunca se tira a tomar el sol, y además no hay casi arena entre las mesas y el mar, y atrás lo que hay es selva, uno voltea y de un lado es mar y del otro lado es montaña, y si hay suerte y el día está claro se puede ver el volcán.

La primera vez que fui a Kribi fui con mi panita venezolano de Cumaná, él suele ir a Kribi en un solo día, saliendo tempranito por la mañana y regresando en la tarde antes de que anochezca, pues las carreteras en la noche suelen ser peligrosas, ya que tanto europeos como africanos dicen que es muy lejos, pero no para dos venezolanos!

Mis expectativas eran enormes, juraba que me iba a encontrar con una playa paradisíaca estilo Los Roques, ya que la gente de aquí me decía que Kribi era de arenas blancas, pero claro es de arena blanca cuando tu única referencia a lo que es una playa es Limbe y Kribi, pero evidentemente si vienes de un país como Venezuela, no es así. Sin embargo, pese a mi decepción con la arena, Kribi me pareció un lugar interesante... fuimos a Ilomba, donde hay una playa que colinda con un gran río que tiene unas cascádas del mismo nombre. Muchas veces, al ser latinoaméricana, el paisaje aquí no me sorprende, pues la vegetación es muy parecida, y las frutas y verduras son las mismas en su mayoría, no me sorprende una casa de bahareque como puede que sorprenda a un europeo, no me sorprende poder comer piñas y papayas a diario; pero me sorprendio el paisaje de Ilomba, ya que con una pequeña caminata por la playa, cambias de pronto de agua salada a agua dulce, tienes un gran río con dos cascadas que son más grandes de lo que se ven en la foto, y además con un poco de suerte, o mala suerte, puedes ver las culebras que pasan de la selva al agua. Allí se come muy bien, la especialidad de la zona son los camarones, que son muy grandes y sabrosos, recordemos aquí, que el nombre Camerún proviene de “camaron”, ya que los portugueses, al ser los primeros en llegar bautizaron el lugar como el país de los “camaroes”.

En fin, las playas no son las mejores del mundo, pero tienen su encanto y com odice una amiga viviendo en Krakovia cualquier playa es buena!

...adios coroto!

viernes, 15 de junio de 2007

El idioma... parte de nuestro ser

Una vez en Camerún, uno de los aspectos más difíciles de encarar durante mi proceso de adaptación fue el idioma, sobre todo al tener una pareja extranjera con la que habitualmente me comunico en inglés, convirtiéndose esta lengua prácticamente en la propia, al ser la primera que pronuncio desde que abro los ojos por la mañana, hasta que los cierro, al final de la jornada; tal y como sucedía en Caracas, pero únicamente en las fronteras del hogar, ya que una vez traspasada la puerta, felizmente el español reinaba por doquier.

En Douala, la barrera idiomática estuvo presente en todos y cada uno de los escenarios que enfrenté a mi llegada, pues los cameruneses de esta zona hablan en francés, aunque te puedes topar con alguno de habla inglesa, a quienes debo reconocer no entiendo muy bien dado su difícil acento, o porque muchas veces, supuestamente, te hablan en inglés, pero realmente están hablando en pidgin, una forma simplificada del inglés que se origina como producto de la comunicación entre grupos que no comparten la misma lengua, y aquí vale la pena acotar, que sólo en Camerún hay más de 250 dialectos, ya que es común que cada pueblo tenga una lengua propia.

Menos mal que en situaciones cotidianas como al comprar fruta en la calle u ordenar queso en el supermercado, siempre es posible valerse del cuerpo para entablar la comunicación, siendo los dedos protagonistas indispensables a la hora de establecer la cantidad deseada y el precio a cancelar, o bien para exclamar que está muy caro y que no piensas pagar tan exagerada suma.

Luego de un mes en esta caótica ciudad, y con cierta dificultad, logré familiarizarme con los números en francés, que por cierto encuentro bastante complejos, y ahora me doy cuenta porque nunca los aprendí en el colegio; y es que me pregunto por qué carrizo en francés no existe un vocablo que describa ochenta, sino que hay que decir cuatro veces veinte! Y por qué por ejemplo, en vez de decir simplemente noventa y dos, hay que decir quatre vingt douze, lo que equivale a decir cuatro veces veinte más doce! Sin comentarios!

La verdad es que en ciertos contextos la barrera del idioma puede llegar a ser divertida, pues generalmente se trata de situaciones sencillas en las que entre una sonrisa y gestos de desesperación, ambas partes se alivian cuando finalmente llega el entendimiento, y todo podría fácilmente terminar en múltiples carcajadas de alegría por, finalmente, haber llegado al meollo del asunto.

El problema fue, cuando me di cuenta que la mayoría de amigos, o conocidos en general, se estaba convirtiendo en un grupo de expatriados de habla inglesa u otros europeos que utilizan el inglés. Una gama muy extensa de acentos, que me hicieron entender cómo ha de sentirse un gringo en medio de un grupo variado de latinos hablando en español.

Hoy día, despúes de nueve meses, mi oído ha logrado adaptarse, pero al principio fue una batalla muy dura lidiar con gente de varias partes de USA y el Reino Unido, o cualquier cantidad de extranjeros, quienes manejan este idioma como simple herramienta comunicacional: un filipino, una alemana, o una indonesia, a quienes normalmente puedo entender con mayor facilidad, pues al igual que yo, han tenido que asumir suya una lengua ajena.

En mi peregrinar por este reino de emigrados, me he encontrado con todo tipo de personajes, de los que sin duda me he sentido más cercana o alejada dependiendo de su forma de hablar.

Entre todos los diferentes tipos de inglés con los que he batallado, está por ejemplo el de Sandy, una americana de Texas a quien no podía entender absolutamente nada, pues aparte de su particular acento tejano y el ritmo veloz con el que conversa, tiene un tono de voz extremadamente insoportable que me hace imaginarla participando en el concurso “Miss Texas”, que seguramente no ganaría, pero en el que sin duda lograría obtener la banda de Señorita Simpatía, pues esa es mi imagen de Sandy, una especie de barbie pigmeo, que está todo el tiempo sonriendo y queriendo ser la amiga de todos.

Me ocurría igual con muchos americanos, y sorprendentemente me topé con el caso de Davor, a quien en una primera conversación identifiqué como mi mejor amigo en la ciudad, ya que me resultaba muy fácil entenderle. Davor es escoses, y no me di cuenta de que mi afinidad por él se debía a su acento, hasta que me puse a reflexionar sobre el asunto, pues al ser mi consorte también de aquellos lares, me resultaba familiar. Luego me di cuenta que se necesita algo más que un acento para compartir una amistad, pero eso ya es harina de otro costal!

También conocí a John, quien nació en Carolina del Sur, pero llegó a Douala después de vivir tres años en Venezuela, lo que hizo que tuvieramos algunas cosas en común, y que nuestro entendimiento fuera mayor, ya que John podía entender perfectamente si yo le decía que quería comerme una arepa, o reirse si me oía decir “guacátela” frente algo desagradable.

El idioma es sencillamente fundamental a la hora de definir lo que somos, es una huella indeleble que viaja con nosotros a lo largo del camino, no importa donde estemos o con quien hablemos, nuestra lengua está siempre allí, en lo más íntimo de nuestro ser, y la llevaremos con nosotros hasta el momento de nuestra muerte. A través de nuestra jerga podemos conectarnos o desligarnos de los demás, y es por ello que cuando se está lejos y tenemos la oportunidad de hablarlo con quien sea, se siente un efecto sedativo.

Hoy día mi oído está adaptado, puedo afirmar que mi inglés ha mejorado mucho, ahora soy capaz de “machucar” el francés y puedo sobrevivir sin utilizar mis manos. Pero si hay algo que reconozco abiertamente, es que mi vida en Camerún cambió positivamente cuando fui contactada por la comunidad hispana, quienes me rescataron del limbo idiomático en el que estaba sumida, y con quienes además comparto a diario la dicha de ser latinoamericanos.

miércoles, 13 de junio de 2007

Como en casa


Hoy tuve una tarde venezolanísima, de esas en las que uno se olvida que vive en un país lejano en donde escasean nuestras costumbres. Y es que cuando llegué a Camerún pensaba que iba a ser la única venezolana viviendo por aquí, pero me encontré con la agradable sorpresa que ya había uno, un chico encantador de Cumaná que trabaja en el sector petrolero. Así que eramos dos, y quizás por el simple hecho de compartir nacionalidad hicimos buenas migas.

Luego llegó otra chica, que al igual que yo, vino siguiendo al amor... y a continuación, por medio de una escosesa que trabaja en otra empresa dedicada también al preciado crudo, me presentaron a otro venezolano que recién llegaba, y después, otra chica más que también forma parte del circuito “Expat Wife”, llegó el mismo día y en el mismo avión que la esposa del chico número dos... y resulta entonces que ya somos seis... y por allí hemos oído que vienen otros más a trabajar en el sector eléctrico. Lo que curiosamente refleja que nuestros especialistas en petróleo y energía están viniendo a África... ¿Tendrá algo que ver con las nacionalizaciones y la situación general del país?

Aunque parezca paradójico, como que los venezolanos encuentran hoy mayores oportunidades en un país africano que en nuestro pobre país rico. ¡Qué ironía!

Así que hemos formado nuestra pequeña comunidad, y hemos pensado también que hasta podríamos plantearle al Comandante abrir un consulado, en el que además, ya todos han coincidido, yo debería ser la consúl... eso no estaría ni mal... ¿Será que tendría que vestirme de rojo rojito?

En fin, hoy estuvimos invitadas en la humilde morada del chico número dos, en donde compartimos de una tarde como en casa, comiendo empanadas de queso blanco criollo, tomando nestea limón y quesillo. Lo mejor de todo: cada una de las asistentes - las otras tres venezolanas – salimos premiadas con dos paquetes de Harina P.A.N, lo cual hizo que acabaramos la visita con nuestra mejor sonrisa, a la vez que dimos gracias al Señor porque llegó la mudanza de nuestros paisanos trayendo con ella el P.A.N nuestro de cada día.

... adios coroto!!!

lunes, 11 de junio de 2007

coroto.


1. m. coloq. Col. y Ven. Objeto cualquiera que no se quiere mencionar o cuyo nombre se desconoce.[1]

[1] Según el Dicionario de la Real Academia de la Lengua Española


¿Coro qué?
Un día, conversando con dos amigas, una venezolana y otra chilena, dije una frase que incluía esta particular palabra: “Yo agarro mis corotos y me piro”... La primera se murió de la risa... La segunda, se preguntó: “¿Corotos? ¡De qué hablas!”, a lo que respondí: “Ahh, Corotos significa cosas o pertenecias! Y fui consciente, de que la misma, es una expresión netamente venezolana.

La palabra coroto, siempre me había gustado, pero a partir de entonces, me dí cuenta que más que gustarme era de mis favoritas. Cuando estaba en la primaria, no recuerdo exactamente en qué grado, la Señorita Anita, que en aquel entonces ya estaba mayorcita, nos hablaba de Caracas a través de muy variadas y pintorescas anécdotas... nunca olvidaré cuando nos habló de la Av. Libertador y nos contó que por allí pasaba un tren, razón por la cual solía ser conocida como la avénida La Línea.

Así como esa historia, también llamó mi atención cuando nos develó el origen de la palabra coroto.

Ella contaba que este vocablo se inició gracias a quien fuera presidente de Venezuela en tres ocasiones, el General Antonio Guzmán Blanco (1829-1899), quien tenía en su haber unas pinturas del artista francés Jean Baptiste Camille Corot, las cuales veneraba con pasión. Tal era su frenesí por las mismas, que exigía a sus sirvientes el máximo cuidado. Así que, supuestamente, cuando se hacía la limpieza, Guzmán decía: “Mucho cuidado con mis Corot”, de donde se derivó la voz “coroto”, cuando los criados, en tono burlesco, hablaban de “los corotos del general”.

Luego coroto se convirtió en cualquier cosa, en lo que fuera, en lo que no podemos nombrar, ya sea porque no lo sabemos o la memoria nos traiciona. Coroto es entonces sinónimo de expresiones como perol, trasto, cachivache o macundal. Siendo corotero, una acumulación de corotos que puede expresarse también a través de otras expresiones menos delicadas como verguero, vainero, o por qué no, mierdero.

La Corotera, hace alusión a esa acumulación de corotos, pero esta vez amontonados en mi cabeza, la cual se convierte en un estuche o cajón de corotos... de pensamientos múltiples, inconexos o conectados, pero que revueltos no son más que un corotero.

¿El por qué de La Corotera?

Desde mi llegada aquí tenía metida en la cabeza la idea de escribir... escribir mis vivencias, lo que me deslumbraba, decepcionaba, o simplemente pasaba por mi cabeza al estar en África. Y es que vivir aquí es finalmente como vivir en cualquier otro lado del mundo. Pues siempre he dicho que la vida la hace uno, y a la final no importa donde se esté, ya que se puede estar en la ciudad más bella del mundo y encontrarla fea, se puede habitar la ciudad más civilizada y encontrarla imperfecta, inhumana o defectuosa... y de igual modo, la vida puede ocurrir en una "ciudad" rústica y poco cultivada, y aun cuando estemos conscientes de su condición campechana, es también posible llevar una vida amena y agradable.

La vida en Douala no es mala, debo admitirlo, aunque por supuesto me provoca en ocasiones ir al cine, visitar un museo, un Centro Comercial, sentarme a tomar un café con las amigas, o simplemente en soledad para ver pasar a los transeúntes.

Me hace falta el varullo del metro, bien definido como "coje culo", los autobuses o "carritos" que transitan por las calles como si llevasen ganado, los buhoneros, las guerras de reguetón en sus calles y todo aquello, que aunque defectuoso, hace de Caracas una gran ciudad.

Caracas, mi amada Caracas, la que muchas veces he odiado por sucia e insegura, pero que aquí , en la lejanía de Douala, extraño como si se tratase de la meca de la civilización.

Allá en Caracas dejé una corta, pero podríamos decir que éxitosa carrera. Para nada podría decirse que abandoné un jugoso salario o una excelente posición económica, pero, no me quedan dudas, que renuncié a lo que fue el inicio de lo que se proyectaba como una productiva galopada por el quehacer cultural del país.

Pero bueno... no estamos para arrepentimientos, y como dicen por allí "a lo hecho pecho", y como dicta una convicción personal: "no hay tiempo pérdido" y un par de añitos como ama de casa en latitudes africanas, no le caen mal a nadie. Más bien pensemos, que se trata, una vez más, de esas oportunidades que te da la vida para conocer un poco más del mundo, verlo desde otra perspectiva y aprender más de él y sus habitantes. Pues hay que reconocer que no todo el mundo tiene el chance de saber que en Camerún, hay algo más que fútbol!

Así fue que navegando por Internet y descubriendo algunos blogs que me resultaron interesantes, tomé la decisión de crear el mío propio y abrir La Corotera, un espacio para plasmar mis reflexiones... quizá profundas, tal vez tontas o sin sentido, pero sin duda, todas producto de mi excesivo tiempo libre en estos lados del mundo.