Ayer asistí a un evento que me puso a pensar. Una iniciativa que tuvo lugar por primera vez hace más de un mes en el
British Council Douala: el Cine Club, un ciclo de proyección de cortos documentales realizados en el 2005 por cineastas africanos y de Gran Bretaña, cuyo propósito era la interacción y el diálogo entre algunos países africanos y el Reino Unido.
La primera experiencia, aunque poco concurrida, fue exitosa, y la segunda, que tuvo lugar ayer, llenó las expectativas de sus organizadores, dado que la asistencia fue la esperada, los participantes llegaron puntuales y disfrutaron del evento, cuyos filmes se prestaron para iniciar una interesante discusión sobre identidad cultural y otros temas.
El primer corto,
Through My Eyes (A través de mis ojos), nos narra las impresiones de un joven de Sierra Leone, tras visitar Inglaterra y salir por primera vez de su país natal. Durante el tiempo que dura la película, el narrador establece comparaciones entre la sociedad británica y la suya propia, encontrando similitudes y diferencias. Le sorprendió sobremanera encontrar mendigos en las calles de Londres, el sentido que del tiempo y su organización tiene la sociedad británica, que mujeres casadas montasen bicicleta, pues según él, en su pueblo, si una mujer casada hiciera lo mismo sería vista como una prostituta. Le llamó también la atención ver que incluso personas mayores iban a trabajar y que la gente se besara y “jugara al amor” libremente en las calles, lo que en muchos países africanos está reservado para la intimidad del hogar.
La segunda proyección,
We Are One (Somos Uno), del cineasta camerunés Zigoto, a través del football y la violencia que este deporte puede llegar a producir entre los más fanáticos, establece un paralelismo entre los hooligans británicos y los entusiastas del football en Camerún.
Al finalizar la discusión, la gran mayoría de los asistentes concluyeron al unísono que
We Are One, sin importar nuestro color, donde vivamos y en que creamos. Simple y llanamente los hombres, todos los hombres, somos uno, con nuestras similitudes y diferencias.
Todo esto me dio que pensar, y en la noche, mientras me tomaba un vinito y veía las fotos que había tomado del evento, la siguiente idea me vino a la cabeza: ¡Qué gran estupidez es el racismo! Venga de quien venga y en la dirección que sea, pues sólo demuestra lo básico e intransigentes que podemos llegar a ser los seres humanos.
También recordé situaciones que he vivido en carne propia, que han atestiguado tal estupidez y que me indican que la misma está más cerca de uno de lo que uno quisiera. Por lo que voy a darles unos simples ejemplos ilustrativos de tal situación.
Cuando estuve en Caracas hace poco, estaba tomándome un café con alguien quien en medio de la conversación me dijo: “Yo no sé si pudiera vivir allá” (es decir aquí en Camerún). Al yo preguntar por qué, la respuesta fue abiertamente: “Es que yo soy medio racista”, y yo asombrada, pues esta persona está muy lejos de ser rubia y de ojos azules, me quedé atónita sin saber que responder a lo que mis oídos recién escuchaban.
En otra oportunidad, antes de mudarme de Caracas a Douala, un amigo a quien veía en ocasión de despedirme, me dijo al dejarme en mi casa y señalando a un heladero, que me imaginara si yo sería capaz de vivir en un sitio donde todo el mundo iba a lucir como ese señor. Recordemos aquí que debe haber algún tipo de trata de personas entre Haití y Venezuela, pues la mayoría, sino todos, los heladeros que empujan carritos en las calles de Caracas son originarios de ese país.
Esa situación me pareció especialmente cruel, pero peor aún, me resultó una vez que planteé a miembros allegados de mi familia, la posibilidad de adoptar a un niño de Camerún, a lo que se opusieron rotundamente, con la excusa de que imaginara lo que ese niño iba a sufrir si algún día yo me mudaba de nuevo a Venezuela cuando lo metiera en un colegio y los demás niños se metieran con él por su color. Cuando yo manifesté mi descontento con lo que escuchaba y les dije que no podía creer que ellos fueran así de racistas, se justificaban diciéndome que no lo eran, pero que ellos pensaban eso basándose en el futuro sufrimiento del niño.
Es realmente deprimente y hasta increíble, que gente con formación universitaria pueda decir tales barrabasadas. Si Madonna o Angelina Jolie adoptan un niño africano, es una maravilla, la filantropía en su máxima expresión, es un hecho exótico, excéntrico y extravagante, al cual se le puede asignar todo tipo de calificativo genial que pueda ser asumido por una estrella del mundo del espectáculo. Pero si yo, una mujer común y silvestre, proveniente de la “raza aria” venezolana, osa tener una idea como esa, debo estar desvariando. Todo lo contrario si tengo un hijo de padre escoces, que mejoraría la raza.
Igualmente ocurre aquí, donde en innumerables ocasiones se discrimina o maltrata a los blancos, por su condición extranjera. O se rechaza a una persona albina dentro de una familia, porque culturalmente un albino trae mala suerte y desgracias dado su color. Como es el caso del músico nacido en Malí, Salif Keita, quien habiendo nacido príncipe en una tribu de Djoliba, fue descastado y renegado por su pueblo a causa de su albinismo. Lo cual, vale la pena mencionar, le permitió ser el músico que es y gozar del éxito internacional que hoy día disfruta, pues si hubiese permanecido en su papel monárquico se le hubiese prohibido dedicarse a la música.
En fin, ayer también escuché comentarios como que una chica de Camerún nunca podría reaccionar normalmente frente a un homosexual o una lesbiana, porque “eso” simplemente es contra natura y por tanto inaceptable e inmoral. Recordé también cuando en alguna ocasión, algún español en Barcelona, me llamó “sudaca” con ínfulas de insultarme aunque pudiera lucir físicamente muy parecido a mí.
Todo esto me hizo preguntarme si somos más hombres que otros al ser blancos o negros, o chinos o hindúes, o bisexuales, heterosexuales u homosexuales. Si un gato angora y un persa pensaran que son más gatos que uno callejero, y habrá discriminación entre un perro cocker, un pastor alemán y un rotweiler.
Pienso en todo esto y entiendo por qué el mundo está como está, y me pregunto, si realmente algún día podrá ser un lugar mejor estando en manos de seres tan primarios e intolerantes como somos los humanos.